La fragilidad en lo político se quiebra con el poder de la verdad
La fragilidad en lo político se quiebra con el poder de la verdad
Por estos días que se prenden los motores de las campañas con aspiraciones presidenciales, la consulta para definir quién enarbolará las banderas de continuidad del actual proyecto político de Gobierno presenta un escenario donde todas las candidaturas de izquierda -excepto una- decidieron unirse a Iván Cepeda Castro, reconocido defensor de derechos humanos y activista fundador del movimiento de víctimas de crímenes de Estado (MOVICE) recientemente escogido, según el panel de opinión de la encuestadora Cifras y Conceptos, como el mejor senador de la República de la última legislatura[1].
Al momento de anunciar su precandidatura desde la ciudad de Pasto, Cepeda dio un mensaje sobre la forma que tendrá su debate electoral: “No apelaré al odio, ni a la burla, ni a la deshumanización del oponente (…) no responderé con insultos, ataques personales, ni campañas difamatorias”. A propósito, he querido dedicar las presentes líneas a la reflexión acerca del problema de las formas en la política porque más allá de estética, es una cuestión de fondo que, en mi opinión, amerita ser analizada en cualquier campaña electoral.
En la actualidad, los discursos políticos con independencia de la orilla ideológica de la cual vengan formulados, permiten evidenciar una transformación en el lenguaje que se ha presentado no solamente en Colombia sino a nivel mundial, marcada por la permeabilidad de lo "blando" que demanda dar mensajes cuidadosos. Como si de estar hablando a un público infantil se tratase, ese desplazamiento hacia un lenguaje infantilizado conlleva a posicionar la necesidad de proteger destinatarios especialmente vulnerables, quienes, a riesgo de perder sus libertades, aceptan fórmulas autoritarias de gobierno que prometen restablecer el orden[2].
La exigencia de pulcritud en las maneras de comunicar en lo político, lejos de ser algo aislado, es un síntoma de esa generación de cristal, donde las "guarderías emocionales" están en auge porque todo se volvió frágil. Así, se parte de la base de considerar a las personas de dicha generación como consumidoras en extremo sensibles y, por eso, los discursos de campaña buscan agradar con buenas maneras, incluso si estos versan sobre asuntos que difícilmente lo admiten.
Nos encontramos entonces ante una trampa del lenguaje que, bajo el pretexto de proteger, encierra y desactiva la esencia de lo político: interpelar, disentir, incomodar. Sin esa potencia característica, la política se reduce únicamente a la gestión de lo público, pues discursivamente resulta capturada por formas blandas que prevalecen sobre la sustancia, es decir, donde no importa el contenido de lo que se dice, sino más bien cómo se lo dice.
Lo anterior, disuelve la capacidad de nombrar las injusticias estructurales y violencias sistemáticas que nos atraviesan como país, tal cual existen. En un contexto de marcada polarización, donde nos devolvimos en la espiral del tiempo a las épocas de asesinatos de candidatos, las voces al mando de la Defensoría, la Procuraduría, la Registraduría, entre otras autoridades, han pedido al presidente de la República bajar el tono a su discurso; sin embargo, es preciso liberar a la política del mandato de inocuidad en el que se le pretende moldear por un lenguaje blando que no contribuye a promover sociedades críticas frente al poder y es incapaz de cuestionarlo.
Aclaro: no estoy haciendo una apología a los discursos de odio, pues no me cabe duda que necesitamos desarmar las palabras[3], pero la amplia marginalidad y discriminación en el ejercicio de derechos persistente en Colombia, requiere de una denuncia vehemente que no admite cortapisas. Se trata de formular propuestas de un programa de gobierno capaz de cambiar esas realidades por la posibilidad de imaginar futuros alternativos y dignos para las juventudes que, por ejemplo, únicamente enlistadas en la “primera línea” tuvieron oportunidad de acceder a un plato de comida caliente en el marco del denominado estallido social.
A diferencia de una reivindicación moralista por el tono del discurso, este llamado a recuperar la potencia revolucionaria del lenguaje político, sin miedo a incomodar adversarios, no necesita una validación institucional. Para sacudir las bases de un sistema corrupto y mafioso en el que las clases políticas tradicionales buscarán -una vez más en sus campañas- pacificar al país y acabar con la inseguridad, se necesitan voces hastiadas por la guerra que les encaren y confronten.
Probablemente también le pedirán bajar el tono y no polarizar por hablar con franqueza, temerosos que la fragilidad de su discurso se quiebre con la fuerza de una palabra que es memoria encarnada y representa el legado de hablar por otros muertos, cuyas voces fueron silenciadas al resultar demasiado incómodas frente al establecimiento. Es desde aquel lugar de enunciación que su candidatura brinda firmeza y coherencia para develar la ilusión de seguridad que nos venden frente al espejo del miedo con el poder de la verdad.
[1] Ver: nota de prensa "Los mejores senadores y representantes a la Cámara de la última legislatura, según los líderes de opinión". Revista Cambio. 25 de septiembre de 2025. [En línea]. Disponible en: Los mejores senadores y representantes a la Cámara de la última legislatura, según los líderes de opinión
[2] Especial agradecimiento a Café Kyoto por sus aportes en estas reflexiones con la entrega: Regresión estética, infantilización, memes y nostalgia reaccionaria. Proyecto de divulgación, independiente y autogestivo. [En línea]. Disponible en: Una GENERACIÓN de CRISTAL
[3] Para profundizar más al respecto, puede consultarse: “Cartografía verbal del odio en Colombia”, 1.ª ed. Bogotá, Colombia / Coeditorial: Fondo de Cultura Económica. 2024. [En línea]. Disponible en: https://portaldelibros.unal.edu.co/gpd-cartografyua-verbal-del-odio-en-colombia-9789585197909-67dc740b63a90.html